Un artículo de Philip Ball en la revista Chemistry World (Junio 2006) relata una serie de descubrimientos químicos en los que la serendipia ha jugado un papel importante. Desde la síntesis de los primeros colorantes sintéticos, como el azul de Prusia (hexacianoferrato férrico) y malva o púrpura de Perkin (derivado de anilina), hasta el descubrimiento en años más recientes de novedosos polímeros como el Teflon (politetrafluoroetileno) y los polímeros conductores de electricidad derivados del poliacetileno.
Ball nos remite al año 1754 cuando el escritor inglés Horace Walpole menciona en una carta un cuento de hadas que tenía en mente, en la que tres príncipes de Serendip, un antiguo nombre de Sri Lanka, realizaban continuamente descubrimientos, por accidente y empleando su astucia, de cosas que no habían estado buscando. De allí parece provenir la palabra serendipia, la facultad de hacer descubrimientos afortunados e inesperados por accidente.
Uno de los casos más afamados de serendipia en química es el descubrimiento de la estructura quiral de las moléculas por Louis Pasteur. Una serie de golpes de suerte le ayudaron a separar los enantiómeros del ácido tartárico, como fueron: el estudiar uno de los pocos compuestos orgánicos quirales que se separan espontáneamente en sus dos enantiómeros cuando cristaliza, la formación de cristales de tamaño relativamente grandes para ser diferenciados unos de otros por un microscopio del siglo XIX, y las bajas temperaturas que imperaban cuando Pasteur conducía su estudio en París en los años 1840, y que ayudó a la cristalización del compuesto. "Fortune favours the prepared mind" dijo entonces Pasteur, y es que se necesita una mente preparada para reconocer y sacar provecho de lo inesperado, pues son los experimentos que no siguen las leyes establecidas de la química, las que nos llevan casi invariablemente a nuevos descubrimientos.
viernes, 23 de mayo de 2008
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